Tiene las manos blancas y el corazón rojo,
en su alma están inscritos los poemas canallas de Sabina,
y en su cabeza grabadas todas aquellas canciones
que pusieron banda sonora a sus sueños.
Le gustan las camisas horteras, los pitillos estrechos
y soñar con cosas imposibles.
Es de los que piensa que la felicidad con mayúsculas
está hecha a base de detalles insignificantes
y por eso se guarda todo un universo de pequeñas cosas.
Le gusta perderse en esos lugares en los que se bebe sin sed
y sabe escuchar como nadie en el mundo.
Tiene una sonrisa que te hace ser, por instantes,
más antropófaga que amante,
y unos ojos de ciencia ficción que invitan a bucear en ellos.
El chico de los rizos sigue conservando dentro de sí
un bulevar de sueños que aun no se han roto
y sigue rozando y abrazando la incomprensión,
combinando con todo y nada
de un modo tan perfectamente imperfecto,
que te hace sentir siempre especial.