En esta segunda novela, el autor remarca con una incidencia continua el enaltecimiento de la vida y de la propia muerte, que no dejan, en ningún momento, de habitar en el universo único que ha sabido crear, en un espacio completamente ficticio en el que contrapone las subordinaciones más exquisitas con unas descripciones que producen en el lector una inmersión en un mundo totalmente imaginario, realzado por la utilización de una prosa firme y completamente decidida que no deja en ningún momento de embargar al lector.