Durante años me sentí como un náufrago en mitad de un océano donde solo reinaba la oscuridad. Me encerré en mí misma, de tal manera que mi vida personal y social poco a poco fue hundiéndose. Lo único que me mantenía en este mundo era mi hijo. Él era la fuerza que a duras penas me sostenía. Pero mi desesperación llegó a tal punto que ni la fuerza del amor podía salvarme de esa caída al más oscuro y profundo de los pozos. Sin embargo, un día, sin ser muy consciente de lo que hacía, me aferré a la idea de que había algo por ahí que nos protegía. Esa creencia me mantenía viva, era un mantra que repetía noche tras noche. «Por favor, universo, envíame a un guía que me ayude a salir de este lugar tan oscuro en el que me encuentro. Me siento perdida, necesito encontrar mi lugar, gracias». En más de una ocasión creí haberme vuelto loca. «Pero ¿cómo me va a escuchar la nada? ¡Eso es imposible!», me repetía a mí misma. Pese a todo, no dejé de solicitar esa ayuda durante tres largos años, hasta que un día me llevé la mayor de las sorpresas cuando apareció en mi vida una persona que puso voz a mis pensamientos y que parecía conocer todos mis secretos. Mi petición al universo se había hecho realidad.
Cuando crees que todo está perdido, es el renacer de algo que ni siquiera sabes que existe.