Querido lector que te acercas a estas páginas, si no tienes mucho tiempo para leer este libro, basta con que leas el siguiente párrafo, que forma parte del final del último laberinto y que constituye la conclusión de todo el texto:
«No es necesario acogerse a ninguna religión o escuela espiritual determinada, aunque puede hacerse si lo consideramos conveniente. No es necesario viajar a la India o cualquier otro país exótico, aunque se puede hacer si así apetece. No es imprescindible estar supervisado por un maestro, aunque podemos hacerlo si lo creemos útil. No es necesario leer ninguna escritura antigua ni ningún libro moderno, aunque somos libres de hacerlo si nos gusta. No es imprescindible acudir a ningún encuentro espiritual, ni conferencia, ni taller, ni cursillo, aunque no es inconveniente tampoco. No es obligatorio imitar a ningún sabio modelo, aunque puede hacerse si eso nos atrae y nos lo “pide el cuerpo”. Para recorrer el viaje espiritual no es necesario ni siquiera moverse de la propia silla. Lo relevante, no es el camino con sus vueltas y laberintos, sino, simplemente, la aceptación del camino que nos vemos recorriendo. El problema está en buscar soluciones donde no hay problemas, o, más claro aún, el problema no es lo que pasa, sino lo que queremos que pase y no está pasando. Así pues, no hay nada que encontrar porque, si no exigimos que le guste a la mente, lo que ya existe en cada momento, en cada uno de nosotros, es perfectamente suficiente para hacer innecesaria la búsqueda de ninguna otra cosa que nos pueda hacer sentir de vuelta al hogar profundo en que todos habitamos».