El hijo del zapatero

Manuel Moscoso era todavía casi un niño cuando sus padres, huyendo del hambre y la miseria que asolaban el país, decidieron dejar su pueblo, Cuevas de San Marcos (Málaga), y emigrar a Brasil a finales del siglo XIX. En Sao Paulo, se convirtió en un ferviente partidario de los ideales liberales y, desde entonces, jamás abandonó la lucha. Se interesó y trabajó en todas las iniciativas de propaganda anarquista, primero en Brasil, y después continuó su labor en Argentina.

Fue perseguido por los tiranos, pero nunca se retiró ante el peligro. Era un espíritu fuerte, sereno, ponderado, abierto a todas las grandes aspiraciones que convertían a los hombres en artífices de la libertad. Amaba la vida y, para conseguir la posibilidad de disfrutarla en toda su plenitud e intensidad, luchaba por la llegada de una organización social basada en la igualdad económica, el acuerdo mutuo y la solidaridad.

En esta novela se mezcla la ficción con la realidad histórica en la que están inspirados sus personajes.